lunes, 29 de mayo de 2017

Sobre mi amigo Blas


Pasada la final de Copa, con exhibición de Messi, el Calderón echó ayer el cierre definitivo con un hermoso ejercicio de nostalgia, el último cromo de la colección. El que los resume todos. Aún quedan por celebrarse ahí dos conciertos, pero eso ya es otra cosa, otro mundo. Los que fueron de la mano de su padre al campo lo hicieron para ver fútbol. A ver los conciertos fueron otros, o fueron ellos mismos, pero ya no en esa edad en la que todo es nuevo y la mano y la palabra del padre lo son todo. La piqueta echará abajo este campo. Es tarea de cada cual trasladar aquellas sensaciones al nuevo.
Será mejor, pero no será el mismo. A mí no me espanta. Yo llegué a conocer el Metropolitano y nunca fui al Manzanares de la mano de mi padre, sino que me pilló ya adolescente, rebelde y hasta cierto punto autónomo. Pero miro con enorme respeto el dolor de los que ven caerse aquella catedral de sus sueños. Sólo puedo sugerirles como consuelo tantas últimas grandes noches europeas concentradas en su última época, el gran momento en que se encuentra el Atlético, ese segundo gol de Torres ante el Athletic, el brillo de Messi en la final y la formidable ceremonia de ayer, ese desfile de recuerdos. No muchos campos han muerto así.

Lejos de allí, en León, viví sensaciones muy distintas. La Cultural regresaba a Segunda después de 42 años, al ganar al Barça B. Amigos de aquí más la lectura reciente de un artículo de Blas López-Angulo, 'La España ausente', sobre esa España olvidada en todo y también en fútbol, me trajeron aquí. Una ciudad ilusionada, un campo lleno, enfrente los colores del Barça, el prestigio de La Masía. Al final, victoria, ascenso, vuelta olímpica, festejo... También aquí muchos fueron de la mano de sus padres a ver a la Cultu en Segunda, y aún en Primera, y evocaban el recuerdo. El fútbol como depósito de sentimiento colectivo, en Madrid, en León, en cualquier parte.
(De "AS")

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